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Nuestra imagen de las primeras comunidades cristianas está
determinada, en gran medida, por los Hechos de los Apóstoles
de Lucas y las cartas del apóstol Pablo. En los distintos
escritos del NT pueden reconocerse más o menos claramente
otras comunidades, pero aquí hay numerosos factores de
incertidumbre, sobre todo cuando se trata de definir su vida
comunitaria. La vida y la enseñanza de Jesús debían
ser normativas para el comportamiento de los cristianos.
Lo que definía la conciencia de los primeros cristianos
no era la voluntad de fundar una nueva religión que, provista
de una perfecta estructura ministerial y de templos, se estableciera
indefinidamente en este mundo, sino que más bien se entendían
a sí mismos como un movimiento escatológico que
no basaba su esperanza en la salvación definitiva de la
fe tradicional judía ni en reformas realizadas en este
mundo, sino en el Cristo que volverá con poder y majestad
(Cf. 1 Tes 1,9ss; 1 Cor 7,29-31; 16,22; Mc 13).
La apertura de Jesús a todos los hombres, en especial
a los despreciados religiosa y socialmente, siguió siendo
característica fundamental del movimiento de Jesús.
Los sumarios de los Hechos sobre la vida interna de la comunidad
primitiva (2,42-47; 4,32-35) tieden claramente a presentar una
imagen ideal de los primeros tiempos de la Iglesia. La unidad
de los creyentes "en la fracción del pan y en las
oraciones" (2,42b), así como la comida celebrada
alternativamente en sus casas en espera gozosa de la vuelta del
Señor (2,46), eran elementos que creaban comunión.
La necesidad del hermano cristiano no podía dejar indiferentes
a los ricos, que las riquezas, según el mensaje de Jesús,
eran algo espiritualmente peligroso (Mc 10,25). Dentro de la
comunidad de los hermanos, estaban superadas las antiguas diferencias
religiosas y sociales.
Entre las comunidades más importantes del cristianismo
primitivo se encuentra, en segundo lugar (después de Jerusalén)
la comunidad de Antioquía de Siria, pues aquí se
dirigieron con su evangelio a los paganos, según Hch 11,19-26,
los helenistas expulsados de Jerusalén, y esta comunidad,
constituida por cristianos procedentes del judaismo y del paganismo,
fue también el punto de partida de la misión de
Pablo entre los paganos.
La convivencia en pie de igualdad de los judeocristianos,pertenecientes
por la circuncisión a la alianza de Abrahán, con
los cristianos incircuncisos procedentes del paganismo en la
comunidad cristiana de Antioquía constituyó una
novedad de incalculable trascendencia histórica desde
el punto de vista teológico e histórico. La evolución
histórica ecuménica se adelantó en cierto
modo a la teología, como muestran las protestas contra
esa evolución por parte de los judeocristianos y el debate
intraeclesial sobre esa cuestión en el Concilio de los
Apóstoles, celebrado hcia el año 50 d.C.
El conflicto apostólico de Antioquía (Gal 2,11-14),
que cronologicamente es posterior al Concilio de Jerusalén,
muestra que se estaba lejos de haber resuelto todos los problemas.
Pedro, Bernabé y los restantes judeocristianos, presionados
por gentes de Santiago procedentes de Jerusalén, abandonaron
la comunidad de mesa con los pagaocristianos. La crítica
de Pablo es sumamente dura. No sabemos si tuvo éxito a
corto plazo en Antioquía, ya que Pablo nada dice sobre
el asunto con los judaizantes, ni vuelve a nombrar la comunidad
de Antioquía en sus cartas.
Los misioneros helenistas y la comunidad helenista comenzaron
a introducir en la praxis eclesial la idea que Pablo formula
en Gal 3,28: Ya no hay más judío, ni griego,
esclavo ni libre, varón y hembra, pues vosotros hacéis
todos uno mediante Cristo Jesús. La primera carta
a los Corintios ofrece un elocuente testimonio sobre la realización
entusiasta pero difícil de este principio cristiano fundamental.
En la fase inicial de la comunidad (Corinto), las conversiones
se debieron sobre todo a la personalidad del Apóstol y
al descubrimiento del nuevo mensaje salvífico, que respondía
a una necesidad generalizada de redención; pero pronto
la experiencia de la fraternidad en la convivencia y ante las
dificultades de la vida ejercieron sin duda cierta fascinación,
particulamente entre los miembros de las capas sociales más
bajas. Hay que destacar el alto grado de libertad, igualdad y
fraternidad, que se traducía en una comunidad con rasgos
carismáticos, en la cual eran muy bien acogidas las experiencias
espirituales de cada uno (Cf. 1 Cor 12-14).
Con respecto a los dones espirituales, Pablo indica en su respuesta
que los diversos carismas (12,4-11) deben complementarse mutuamente
como los distintos miembros de un cuerpo y actuar según
el criterio de edificación de la comunidad. Todo cristiano
es en principio espritual, puesto que cada cual tiene el "don
peculiar que Dios le ha dado" y el mayor don del Espíritu
es el Amor.
REVISTA CONCILIUM # 150. 1979 p. 472-481.
Miguel Angel Ponce
R.
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