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La historia de la Iglesia está incluida, según
Lc, en la totalidad del acontecimiento salvífico, o dicho
de otra manera: el acontecimiento salvífico, llega más
allá de éste e influye en el nacimiento de la Iglesia
hasta la venida del apóstol Pablo y su predicación
del evangelio en Roma.
Según Lc, la Iglesia, que llena el tiempo comprendido
entre la resurrección de Jesucristo y su parusía,
es "obra" de Dios. Es la maravilla escatológica
de Dios, que como tal no puede ser aniquilada (Hch 5,38ss).
Este Dios, que actúa en la edificación de la Iglesia
y que hace de ella su obra, es, según Lc, el Dios creador.
Es el Dios "que da a todo vida y el aliento", el cual
"no ha dejado de dar testimonio" de sí, "no
está lejos de nosotros". Dios dirige la historia
salvífica de Israel hacia el objetivo, todavía
oculto, pero real, que es Jesús. Los profetas y Moisés
sólo han anunciado propiamente una cosa, que es precisamente
este Jesús, el Cristo: "Y empezando por Moisés
y por todos los profetas, les explicó en todas las escrituras
lo que había sobre él", dice Jesús
resucitado. Pero con Jesús la promesa de la revelación
de Dios a Israel tiene siempre a la vista la Iglesia de los judíos
y de los gentiles. La Iglesia es, también para Lc, "el
verdadero Israel", que ha relevado al antiguo. Es aquí
donde se envía al Espíritu. La Iglesia de los cristianos
gentiles está también referida a Jerusalén.
"La misión se dirige siempre en primer término
a los judíos y, solo después que éstos han
rechazado la salvación, se orienta a los gentiles".
Dios se revela cumpliendo todo ya en el Jesús terreno,
en el Jesús "el Nazareno". La cruz y la resurrección
aparecen claramente subordinadas entre sí como centro
del acontecimiento salvífico global de claridad. Dios
se revela en un acontecimiento dentro del cual la actividad de
Jesús desemboca en su pasión; de todas formas,
Lc apenas reflexiona sobre la relación entre actividad
y la pasión. Pero la resurrección de Jesús
crucificado penetra en el horizonte de la historia por cuanto
el resucitado se deja ver como tal. Lc lo proclama tanto en Lc
24, de manera expresa y reiterada. Según Lc (24,5) él
es "el viviente", el que "está vivo"
(24,23), el que "se les había mostrado vivo después
de su pasión, con muchas pruebas, dejándoseles
ver durante cuarenta días y hablándoles del reino
de Dios" (Hch 1,3).
Precisamente el punto de que el resucitado se deja ver en calidad
de resucitado y glorificado dentro de un periodo de tiempo sagrado
y a determinados testigos tiene particular importancia para Lc.
En último término, en este acontecimiento revelador
es donde, según Lc, radica el fundamento de la Iglesia,
oculto todavía, pero ya no como simple promesa, sino como
cumplimiento. Significa además su automanifestación
en palabras y signos; más concretamente, la revelación
de la acción de Dios en la pasión y resurrección
de Jesús a partir de las escrituras del AT. La Iglesia
tiene ahora este tiempo, que no dura indefinidamente, sino sólo
hasta que vuelva exaltado en calidad de juez destinado por Dios
(Hch 1,11; 3,19ss; 10,42ss; 17,30ss).
El tiempo de la Iglesia es para Lc el tiempo de la actuación
eficaz del Espíritu. Se le designa como Espíritu
propio de Dios, superior a todo espíritu del mundo. Pero
este Espíritu es también Espíritu de Jesús.
Jesús derrama el Espíritu que ha recibido del Padre
al haber sido exaltado a la diestra de Dios; lo derrama sobre
el grupo que vuelve a ser de los doce, en favor de aquellos que
se convierten y se hacen bautizar para el perdón de los
pecados. Con ello estamos ya en "los últimos días"
y se cumplen las promesas. Pero ¿en qué sentido
la Iglesia se crea, según Lc, mediante la efusión
del Espíritu? En el sentido de que se apoderó de
los Doce y fue comunicado a Pablo con la consiguiente misión
de predicar; en el sentido de que, gracias a este Espíritu,
los Doce y Pablo van suscitando las comunidades, con los que
el Espíritu desciende sobre sus miembros y reina en ellas.
Estos puntos merecen algún desarrollo.
Para Lc, los doce son una institución decisiva para la
Iglesia naciente, incluso después de la muerte y resurrección
de Jesús. Con otras palabras: para Lc son los jefes y
jueces escatológicos ante la Iglesia universal, y precisamente
en cuanto que son sus primeros misioneros. Describe la primera
comunidad de Jerusalén, que se reúne con ellos
y a la que pertenecen después en el círculo más
próximo en torno suyo "las mujeres y María,
la madre de Jesús y sus hermanos" (Hch 1,14).
Según Lc, se les comunica a estos Doce el Espíritu
Santo (Hch 2,1ss), que les había prometido el resucitado.
Pasan a ser los portadores y dispensadores originarios del Espíritu
y, en cuanto tales, "testigos" de Jesús "en
Jerusalén y en toda Judea y Samaria y hasta el confín
de la tierra". Para Lc no son sólo "los doce"
quienes se han convertido en "testigos" apostólicos
por la efusión del Espíritu Santo, sino también
el extraño solitario, el apóstol de excepción:
Pablo. El ocupa una posición insegura. En otras palabras:
frente a los Doce, sobre los que descansaba la Iglesia, Pablo
era un fenómeno nuevo; propiamente no era más que
un doctor y un diácono carismático de la comunidad
antioquena. Pero, por otra parte, Pablo consideraba su conversión
y condición de cristiano "como un instrumento elegido
de Dios" (Hch 9,15), mediante el cual vivió por experiencia
la aparición inmediata del Kyrios exaltado; esta fue la
que le determinó a ser "servidor y testigo"
de Jesús. Por tanto, según la presentación
de Lc, Pablo no ha sido enviado por los apóstoles que
le han precedido, ni por la comunidad de Jerusalén, ni
es tampoco él mismo quien se envía, sino que es
Dios, por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el que proporciona la palabra correcta
del testimonio. Los Doce y Pablo sirven al Evangelio en la medida
en que cargan con la persecución y el sufrimiento por
esta palabra. Arriesgan su vida por el Evangelio. Pero este sufrimiento
no es algo casual y motivado por las situaciones, sino que se
da necesariamente junto con la predicación y la aceptación
del evangelio. La Iglesia está encomendada a Dios y a
la palabra poderosa de su gracia. Por todo lo dicho, la palabra
de Dios, que hace que la acción de Dios en Jesús
nos salga al encuentro en virtud del Espíritu Santo y
podamos vivirla en la fe, con lo que se construye la Iglesia.
Según Lc, el Espíritu Santo no se sirve exclusivamente
de la palabra, sino que actúa también eficazmente
en poderosos signos.
Mediante esta palabra apostólica surge la Iglesia. Es
su fuente y su fuerza interior permanente. Acoger la palabra
y, por tanto, la realidad salvífica que en ella se expresa,
equivale a "venir a la fe" y creer. La fe implica una
existencia obediente. Este hacerse creyente queda sellado con
el bautismo, en el cual se comunica el Espíritu Santo
por la imposición de las manos, pero en la mayor parte
de los casos se le presenta en relación con la conversión,
con la acogida de la palabra y, sobre todo, con el hacerse creyente.
Los que han sido destinados por Dios a la vida eterna han llegado
a la fe y se han bautizado, son en cuanto tales miembros de las
comunidades; son asimismo los que pertenecen "al camino";
son el pueblo adquirido para el nombre de Dios.
La Iglesia de que habla Lc es, finalmente, una ecclesia pressa,
que es perseguida y pasa por el sufrimiento y el martirio. De
la comunidad puede muy decirse que alaba a Dios y encuentra gracia
ante el pueblo entero y que en toda la Judea y Galilea y Samaría
tenía paz.
Resumiremos una vez más en breves frases lo que sobre
la Iglesia se dice en los escritos de Lc:
1 | La Iglesia es obra milagrosa de Dios |
2 | Está incorporada al conjunto de la historia de la salvación y releva a Israel durante el periodo que transcurre hasta el retorno de Jesús; es además Iglesia de los judíos y de los gentiles. |
3 | Tiene su origen en la aparición del Resucitado, que fue crucificado por Israel. |
4 | Esta edificada por el Espíritu Santo, a quien envía el Exaltado. |
5 | Este Espíritu se apodera de los doce, quienes, tras la muerte y resurrección de Jesucristo, desempeñan un papel fundamental en cuanto que son los "apóstoles", los "testigos" de la actividad de Jesús y de su resurrección, los guardianes de la doctrina y los fundadores y dirigentes de la Ekklesia. |
6 | El Espíritu Santo envía también al apóstol de excepción, a quien se ha revelado también el Exaltado. |
7 | El Espíritu Santo actúa mediante la palabra y los signos, a través de los cuales se comunican el acontecimiento salvífico de Jesús y sus dones. |
8 | Allí donde se escuche, se acoja y se crea esta palabra, donde tenga lugar la conversión, sellada por el bautismo, surge la comunidad de discípulos y de hermanos que constituye la Iglesia. |
9 | Esta se reúne en el culto para la palabra y la eucaristía y se manifiesta en su cuidado desinteresado por los pobres. |
10 | En su estructura se muestra desde el comienzo una cierta organización: en la comunidad, que posee el Espíritu, destacan los carismáticos, especialmente los profetas, y hay quienes desempeñan un ministerio, incipiente, sin duda, de inspección y dirección, los cuales tienen potestad de magisterio y de decisión. |
11 | Esta Iglesia apostólica espiritual y ministerial de Jesucristo experimenta hasta el fin persecución y sufrimiento, pero de cuando en cuando pasa por épocas de favor y paz en el mundo. |
BIBLIOGRAFIA
La Iglesia en los escritos de Lucas. en Mysterium Salutis
T. 4 vol. 1. Cristiandad, Madrid.
Miguel Angel Ponce
R.
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