El Sacrificio Eucarístico

Introducción

El objetivo del presente trabajo de investigación es presentar de modo amplio el desarrollo del proceso sacrificial hasta llegar al sacrificio eucarístico en el cual Jesúcristo se inmola de manera incrueta. Entendiendo este sacrificio como algo radicalmente nuevo.

Para esto es importante que recorramos el cómo fueron entendiendo este acontecimiénto los Apóstoles,la primera comunidad cristiana, los Padre de la Iglesia, hasta llegar a el concilio Vaticano II y las concepciones actuales sobre el Sacrificio Eucarístico.

Esperamos, por tanto, que el presente trabajo ayude a comprender mejor el valor del Sacrificio Eucarístico, así como las gracias y eficacia saludable, que el mismo nos obtiene para la remisión de los pecados que diariamente cometemos (cf. Dz 938).

La Eucaristía como sacrificio sacramental

Una explicación del valor sacrificial de la cena viene determinado a partir del banquete sacrificial. Tanto el judaísmo como el paganismo conocen el banquete cultual, por cuyo medio tiene lugar la comunión de los fieles con el sacrificio y con la salvación que éste aporta. En Israel sólo ciertos sacrificios implicaban un banquete cultual. Así, en los holocaustos la víctima entera se reservaba para el altar : la carne era quemada en su totalidad, quedando sólo para el sacerdote la piel. En los sacrificios pacíficos o de comunión, la carne se reservaba para ser comida, mientras eran quemados en el altar la grasa y los riñones. Pero sobre todo era característico del judaísmo el que aquella persona por la que se ofrecía un sacrificio expiatorio quedaba excluída de participar en él por la comida (sólo los sacerdotes podían comer la carne de tales sacrificios (Cf. Lv 1,19 ; 7,6). En el caso del gran sacrificio de expiación por el pueblo estaba totalmente descartado el banquete sacrificial : la víctima tenía que ser quemada por entero “fuera del campamento”.

A partir de esta tradición hebrea, según algunos autores, Jesús habría podido utilizar la categoría del banquete sacrificial judío para expresar el sentido sacrificial de la última cena, así como la vinculación entre ésta y su muerte. A este fin, el Señor habría tomado como punto de partida el texto de Ex 24,4-8 “Esta es la sangre de la alianza que hace Yahvéh con vosotros” ; (Cf. Mc 14,24), donde el sacrificio de la antigua alianza se inaugura con el derramamiento de la sangre de las víctimas sobre el altar, al que sigue luego un banquete, sin duda cultual, en el que Moisés y Aarón con los setenta ancianos vieron al Dios de Israel “y comieron y bebieron” (Ex 24,11).

Se puede afirmar sin reticencia alguna la dimensión sacrificial de la vida y la muerte de Jesús, así como de la última cena, como proveniente de la conciencia y la intención del propio Jesús. Pero entendiendo este sacrificio como algo radicalmente nuevo, desde la clave de la entrega de sí mismo en la diaconía y el servicio y no desde un sacrificio cruento que no sobrepase los módulos del sacrificio tanto judío como pagano. Es el sacrificio de Jesús como servicio a los hombres, a la vez que como culto y obediencia rendida al Padre,lo que se plasma en el banquete de la cena. Pues el sacrificio de Jesús radica en la donación total de su persona y no en la disociación o la desmembración de las víctimas degolladas sobre el altar. No hay razón suficiente para entender el cuerpo como carne en contraposición a sangre, pues este paralelismo presupone que las fórmulas del pan y de vino fueron pronunciadas en mutua correlación. Habría que decir más bien que en las fórmulas eucarísticas lo que se destaca en primer plano no es la realización del sacrifico en su forma técnica, como separación del cuerpo y de la sangre, sino la entrega fundamental de sí mismo (de Jesús) a Dios, tal como aparece sobre todo en la expresión globla “entregarse” (Hb 9,14.25).

Sin duda los discípulos llegaron a captar esta novedad fundamental del sacrifico de Jesús (como oblación y entrega de la propia persona) presencializado ya en la cena : prueba de ello es el énfasis que la primera comunidad hace en la autodonación personal como característica propia del sacrificio cristiano, que es un culto no carnal, sino espiritual (o personal). Hasta tal punto que la palabra sacrificio en los escritos del NT (fuera de los evangelios) tiene siempre el sentido de sacrificio espiritual y exigencial o personal, en el que resalta no la dimensión de lo cruento, sino de la entrega y la oblación de la vida y de la propia persona (Cf Rm 12,1 ; Fil 2,17 ; 4,18 ; 1Pe 2,5 ; Hb 13,15-16 : en relación con el sacrificio cristiano ; Ef 5,2 : en relación con la entrega sacrificial de Cristo por amor a nosotros).

En el Nuevo Testamento no se aplica el término sacrificio a la Eucaristía. No obstante, inmediatamente después de la época neotestamentaria la Iglesia fue imponiendo esta designación como esencial, a partir de su interpretación de la fe y de sí misma, y , desde la lucha contra los gnósticos, en las distintas liturgias (Cf. liturgia de Marcos, Santiago, Basilio, Crisóstomo, la antigua liturgia Romana, las Constituciones Apostólicas VIII c.12) se la interpreta como anámnesis (“Haced esto en memoria mía” : 1Co 11,14-26 ; Lc 22,19) de toda la obra redentora : Anunciamos tu muerte, oh Señor, y proclamamos tu resurrección , hasta que vengas en gloria. Esta celebración rememorativa no es, de acuerdo con la vieja interpretación judía (sakar), un recuerdo puramente subjetivo, sino un “hacer presente” de un modo litúrgico (sacramental) un hecho pasado, para que sea posible la participación fructífera en el mismo a lo largo de todos los tiempos, necesitados siempre de ese “hecho histórico”.

Frente a la negación de la misa como sacrificio sustentada por los Reformadores, la Iglesia declaró solemnemente en el Concilio de Trento : Si quis dixerit, in missa non offerri Deo verum et proprium sacrificium, aut quod offerri non sit aliud quam nobis Christum ad manducandum dari, anatema sit. Esto no es sólo una declaración antirreformista, sino expresión y proclama de lo que la iglesia creyó desde el principio ; a saber, que en la interpretación de la Iglesia la misa es un verdadero y auténtico sacrificio (sacramental), y un sacrificio relativo (real-óntico, pero no independiente) respecto del sacrificio único de la cruz.

La realidad del sacrificio eucarístico

La Eucaristía tiene el valor sacrificial que le otorga la presencia en ella de Jesús como sumo sacerdote y de su sacrificio. Sacrificio y sacerdocio que por parte de Jesús (y según toda la tradición cristiana, incluida la reforma) consiste en su actitud de oblación y entrega como adoración, impetración y acción de gracias al Padre (que se presencializan en la Eucaristía).

La tradición de la Iglesia mantiene con razón que el sacrificio de Cristo se hace presente de forma misteriosa pero real en la celebración eucarística y por ello ésta es re-presentación, o mejor aún, presencialización del sacrificio de Jesús.

En la antigua teología patrística la eucaristía no es un misterio aislado, sino un momento en todo el conjunto de la historia de salvación. Para Ireneo, la eucaristía tiene mucho que ver con todo ese proceso de “recapitulación” que conduce desde la primitiva disgregación del cuerpo total (de Cristo) por el pecado de Adán hacia la reintegración plena de la humanidad y el universo entero bajo Cristo como única cabeza. Orígenes repite en parte este esquema. El sacrificio, en su realización plena, acaecerá en la escatología, como sacrificio espiritual y celestial. Es en el futuro, cuando el sumo sacerdote Cristo ofrezca al Padre – en un acto eterno ya de sumisión y rendición total – a la humanidad entera, encabezada por él e incorporada plenamente a su propia obleción, cuando tendrá lugar la “tercera pascua”, la verdadera inmolación del cordero pascual.

Posteriormente, la tradición cristiana recogerá con mayor o menor acerto esta categoría del sacrificio celeste de Cristo, que coincide con su comunión plena con el Padre. Así san Efrén : En el áscua encendida que vió Isaías, “aquél fuego incorpóreo significa, en efecto, la naturaleza divina del Logos encarnado… El altar representa el altar futuro en el que deberá consumarse místicamente el sacrificio del cuerpo y la sangre” (Serm. 4 Sem. Santa, en Th. Lamy, Sancti Ephraemi Syri, hymni et sermones I [Malinas 1882s.] 418s). En el medioevo, Beda el Venerable : Luego, aplicada la leña, se enciende el fuego en el altar, que significa la divinidad de Cristo. Pues de arriba procede la divinidad, que es de donde se apresura a venir este fuergo. Esta divinidad ardiente, este holocausto de la carne, inmolada en la cruz como en un signo, consoció las cosas humanas con las divinas. (Beda el Venerable, Com. In Lev. : PL 91,335). El Misal Mozárabe : Te suplicamos que recibas ahora estas ofrendas ; quema con el fuego salvador de tu divinidad todo afecto desordenado en nuestras almas y vivifica los corazones de los hombres, a fin de que reciban el alimento y la bebida que descendió del cielo (Misal Mozárabe, Lit. Pent. Férotin, 790, col. 342 : PL 85,620 AB).

Desde su erronea intelección nominalista de los sacramentos, los reformadores se vieron forzados a rechazar la doctrina de los Padres y de la Tradición acerca de la misa, pues en la misa católica sólo veían la renovación o repetición del sacrificio de la cruz, o bien una obra meramente humana. En 1520 Lutero enseñaba en su escrito De captivitate babylonica que Cristo había instituído el sacrificio de la misa en el cenáculo, pero que aquí no se ofrece en sacrificio él mismo, sino que ha dejado establecido un banquete como signo y promesa de la remisión de los pecados. De modo semejante hablaron Zwinglio, Calvino, Melanchton, etc.

Frente a estas nuevas doctrinas el concilio de Trento ( sesión XXII, sept. 1562 : Dz 937-956) expuso la interpretación sacramental que la tradición había dado al sacrificio de la misa y enseñó que :

El sacrificio de la misa es un sacrificio verdadero y propio y no solo un banquete de Cristo (Dz 948), ni una mera acción de gracias, alabanza o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz (Dz 950).

El sacrificio de la misa no infiere injuria alguna ni menoscabo al sacrificio de Cristo cumplido en la cruz (Dz 951), pues es un verdadero sacrificio, es sólo la representación sacramental del sacrificio de la cruz, así, pues, el Dios y Señor nuestro (Cristo), aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz, con la interposición de la muerte, a fin de realizar para ellos la eterna redención, como sin embargo, no había de extinguirse su sacerdocio por la muerte (Hb 7,24 y 27), en la última cena, la noche que era entregado, para dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exhibe la naturaleza de los hombres, por el que se representara aquel suyo sangriento que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de los siglos (1Co 11,24ss), y su eficacia saludable se aplicara para la remisión de los pecados que diariamente cometemos… (Dz 938).

En los siglos sucesivos al concilio de Trento se trabajó en el mismo sentido con las llamadas teorías de la destrucción, que intentaban demostrar la existencia de un cambio real del don sacrificial de la misa, o con las teorías de la oblación, que veían en la misa un (nuevo) acto sacrificial de Cristo. El agudo problema de todas las teorías era y sigue siendo este : Cómo conciliar la realidad del sacrificio eucarístico con la unicidad del sacrificio redentor en la cruz. La mejor solución al problema la apuntaron algunos teólogos de una tradición tomista que, como Vázquez y Bossuet, subrayaron el carácter sacramental del sacrifico. Hoy podemos decir que, en cierto sentido, se cierra el círculo. El camino intermedio entre los dos extremos, o sea, entre “la realidad brutal de una nueva inmolación, análoga a la del Calvario y el signo desnudo, falto al menos por su propia fuerza de cualquier realidad sacrificial”, es este : El sacrificio de la misa consiste esencialmente en el hecho de que las especies eucarísticas representan el sacrificio de tal manera que lo contienen realmente, de manera sacramental.

Concepciones actuales

Así ve también el Vaticano II el sacrificio de la misa, particularmente en la constitución sobre la liturgia (SC 47 ; 2 ; 5-7). Posteriormente se desarrollo el argumento en la encíclica de Pablo VI : Mysterium Fidei de 1965, y a partir de ella, en la instrucción Eucharisticum mysterium, de 1967, sobre el culto del misterio eucarístico. Tal instrucción presenta de manera excelente la síntesis a la que se ha ido llegando lentamente en la discusión teológica desarrollada después del concilio de Trento. Delinea el marco histórico-salvífico, la acción salvífica con la que Cristo ha constituido su Iglesia, para comunicarle a ella su propia vida, y en ella a los creyentes, “que se unen misteriosa y realmente a Cristo paciente y glorificado, por medio de los sacramentos. Por eso nuestro Salvador… intituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos hasta su vuelta el sacrificio de la cruz y a confiar así a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección : sacramento de piedad… (SC 47). Por eso la misa o cena del Señor es a la vez inseparablemente : sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz ; memorial de la muerte y resurrección del Señor, que dijo : Haced esto en memoria mía ; banquete sagrado en el que por la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor, el pueblo de Dios participa en los bienes del sacrificio pascual, renueva la nueva alianza entre Dios y los hombres sellada de una vez para siempre con la sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que venga“.

Podemos decir con J. Betz : El sacrificio de los cristianos no pretende completar el sacrificio de la cruz, sino representarlo , actualizarlo, presencializarlo, desarrollar su dimensión interna aquí y ahora. Además, el mismo sacrificio de la cruz no es sólo sufrimiento, sino también acción del hombre Jesús… Aun cuando todo depende de la eficacia salvífica de Dios, ésta no excluye una actividad propia de la criatura espiritual en el acto de salvación, sino que la incluye, la prepara previamente con la gracia, de modo que el movimiento ascendente está siempre posibilitado por un movimiento descendente. En el caso de la eucaristía, el mandato de institución “Haced esto” legitima la colaboración de la Iglesia en el sacrificio. La autocomprensión de la Iglesia encuentra su más fuerte articulación en el “offerimus” y sobre todo, en la precisión de que ofrecemos a Cristo. Es la autoconciencia del cuerpo, que sabe con certeza de su unión con la cabeza, pero tiene que rogar a Dios que se digne aceptar misericordiosamente su sacrificio.

La relación entre el sacrificio de la cruz y el Eucarístico.

La Eucaristía por su misma esencia es una representación y renovación de aquel sacrificio de la cruz. En la Eucaristía se hace una representación del sacrificio de la cruz, es decir, se vuelve a presentar aquel sacrificio ; no de una manera ficticia, como podría hacerse en el teatro, sino de una manera real, objetiva ; no se trata de un puro recuerdo subjetivo. El concilio de Trento expresamente declaró que en la Cena y en la Eucaristía se representa el sacrificio cruento de la Cruz.

En la Eucaristía se renueva también aquél sacrificio, no en cuanto que se repita de nuevo de modo cruento, ya que esto pasó y sólo sucedió una vez ; pero sí de manera incruenta y bajo las especies de pan y vino, esto es, bajo los signos sacramentales, se hace el memorial objetivo de Cristo y, de modo maravilloso y verdadero, del sacrificio de la cruz. No se trata de una “conmemoración vacía” según las palabras definitorias del concilio de Trento ; en contra del modo protestante de considerar la representación del sacrificio de la cruz sin verdadero carácter de auténtico sacrificio.

Y todo esto lo es la Eucaristía, por su misma naturaleza y esencia ; que en este caso es por institución positiva de Cristo. Si en la Eucaristía no se diera tal representación y renovación del sacrificio de la cruz, dejaría de tener sentido la Eucaristía, porque ya no se daría aquello que debe ser por su misma naturaleza.

Es claro que la Eucaristía en sus rasgos esenciales reproduce el rito y el sacrifico de la Cena del Señor. Pero este sacrificio de la Cena tenía una relación esencial al sacrificio de la Cruz. Luego también la tiene el sacrificio de la Eucaristía. En la cena hubo sacrificio porque allí se daba misteriosa entrega del Cuerpo y mística efusión de sangre por los pecados, según las palabras de los evangelistas. Pero esto no se entiende sin una esencial relación a la efusión real de sangre que tuvo lugar el día siguiente en la cruz. Luego el sacrificio de la cena del Señor, aunque de valor absoluto en sí mismo, era esencialmente relativo al sacrificio futuro de la cruz. La Eucaristía, aunque sacrificio de valor absoluto en sí mismo, es esencialmente relativo al sacrificio pasado de la cruz.

Al instituir el sacrificio eucarístico Cristo quiso que aquello se repitiera “en su memoria”. Pero aquí se trata de un recuerdo, no meramente imaginario y subjetivo, sino real y objetivo, por la misma acción que se realiza. Lo entiende así san Pablo al escribir que cuantas veces se participa de esta víctima se anuncia la muerte del Señor (Cf. 1Co 11,26) ; lo cual no es sino porque el sacrificio de donde se participa está víctima es una representación objetiva de la muerte de cruz.

Por lo demás, la víctima del sacrificio de la Eucaristía es la misma del sacrificio de la cruz ; y el sacerdote principal que la ofrece es el mismo Cristo, que se ofreció en la cruz. La única diferencia entre uno y otro sacrificio es la manera de ofrecerse, cruenta o incruentamente. Luego ya se ve que, por su misma naturaleza, la Eucaristía vuelve a presentar y renueva el sacrificio de la cruz. En este sentido el sacrificio de la Eucaristía es el mismo que el de la cruz, y hay unidad entre uno y otro.

El sacrificio de la Eucaristía puede decirse sacrificio absoluto en cuanto que, sin necesidad de referirlo a otro sacrificio, significa el culto interior y la entrega interna del hombre a Dios. Y puede decirse sacrificio relativo en cuanto que por su misma naturaleza, objetiva y esencial, es una referencia y conmemoración del sacrifico de la cruz.

La Víctima y el Sacerdote principal

La carta a los hebreos nos recuerda que la oblación realizada por Jesús y radicalizada en su muerte, quedó perennizada por la resurrección. La sangre vertida en la vida y finalmente en la cruz tiene valor porque Cristo, con su propia sangre y no con sangre ajena (es decir, asumiendo y portando en sí su vida entera), entró de una vez para siempre en el santuario celestial para comparerecer ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro (Hb 9,11-12.24). Así, el Resucitado permanece para siempre como sacerdote eterno (Hb 7,24 ; cf. 7,3.17.21), y por eso es capaz de salvar en plenitud a aquellos que por él se acercan a Dios, ya que vive por siempre para interceder en favor nuestro (Hb 7,25). Es en la glorificación donde Jesús ejerce su sacerdocio en plenitud, de manera que él intercede sin cesar a favor de los hombres en un acto, intemporal ya, de Hijo-Sacerdote ante el Padre (cf. Hb 4,14 ; 7,25 ; 8,1-2 ; Rm 8,34 ; 1Jn 2,1).

Es esta acción sacerdotal a la vez que sacrificial del Resucitado -perennizada y eternizada ya- la que se hace presente en la celebración eucarística. Pues el sacrificio de Cristo es escatológico, para siempre actual, y por ser último llena los siglos. La Eucaristía no es, por tanto, sacrificio sólo porque sobre el altar se haga presente en los dones la misma víctima sacrificada en la cruz, sino principalmente porque se hace presente el sumo sacerdote que se ofreció así mismo en la tierra como siervo y diácono y sigue ofreciéndose ahora, resucitado ya, a sí mismo y a nosotros con él y en él en una oblación al Padre mantenida para siempre y nunca revocada.

La antigua tradición de la Iglesia puso de relieve el papel de Cristo resucitado como sumo sacerdote y mediador, aunque vinculándolo a la persona del Logos. Cristo, en cuanto Hijo de Dios y Logos, presenta al Padre nuestra intercesión y nuestra acción de gracias : por Cristo nuestro Señor tiene acceso a Dios nuestra oblación, incorporada a la suya.

San Pablo pondera el valor del sacerdocio de Cristo, por cuanto que es sacerdocio permanente y eterno, en contraposición a los sacerdotes del AT que morían y otros debían reemplazarlos (Hb 7,23-27). Luego Cristo no tiene necesidad de que otro le suceda en su función sacerdotal ; ni cualquier otro sacerdote puede parangonársele a El. De ahí que , si hay verdadero sacrificio en el NT, Cristo es el que lo ofrece, al menos como oferente principal. Así, como visiblemente no está entre los hombres, fue convieniente que otros prestaran su ministerio para el sacrificio visible eucarístico, como representantes y vicarios suyos.

Si el sacrificio de la Eucaristía ha de ser representación y renovación sacramental del sacrificio de la cruz, tiene que ofrecerse por el mismo que ofreció aquel sacrifico, es decir, por Cristo Sacerdote.

Bellamente expresan este sacerdocio de Cristo en la Eucaristía las siguientes palabras de san Juan Crisóstomo : La oblación es la misma, quienquiera que ofrezca, sea Pablo, sea Pedro ; es la misma la que Cristo dio a los apóstoles y la que ahora hacen los sacerdotes ; y ésta en nada es menor que aquella, porque no la santifican los hombres, sino el mismo que santificó aquella… Y esto es cuerpo de Cristo, como lo fue aquél ; y quien piense que éste es menos que aquél no saba que Cristo aun ahora está presente y actúa. Y san Ambrosio : Cristo es el que se manifiesta como oferente en nosotros, cuya palabra santifica el sacrificio que se ofrece.

Ahora bien :

La oblación estrictamente dicha y la acción sacrificial propiamente tal se hacen únicamente por el sacerdote. Se hace por el sacerdote principal Cristo Jesús ; y de una manera ministerial, instrumental y vicaria de Cristo, por cada uno de los sacerdotes que han recibido este poder de sacrificar y consagrar. En el ejercicio de este poder actúan como ministros y vicarios de Cristo. No como vicarios o representantes de la Iglesia, sino es en cuanto que la Iglesia los ha elegido y designado para ser sacerdotes y les ha transmitido con el sacramento del orden mediante el obispo, instrumento de Cristo para santificar.

La Iglesia toda ofrece sacrificio con oblación estrictamente dicha en cuanto que la ofrece su Cabeza Cristo Jesús, y con El los sacerdotes que ella ha designado para ello. Ofrece con oblación en sentido amplio en cuanto que ofrece por medio de los sacerdotes.

También los fieles ofrecen con oblación en sentido amplio en cuanto que ofrecen por medio de los sacerdotes. Pueden asociarse habitualmente a todos los sacrificios que saben se celebran en el mundo y ofrecerlos a Dios ; así como a las misas que se celebran cada día asistiendo a ellas, sirviendo, procurando las ofrendas que se consagran, procurando y pidiendo la celebración. Pueden en cada Eucaristía asociarse, uniéndose al celebrante y sobre todo al Celebrante principal, con los santos afectos que Este tenía y tiene, ofreciéndose con El al Padre.

Los fines del Sacrificio Eucarístico.

La encíclica Mediator Dei (20-XI-1947 : AAS 39 [1947] 521-595) establece en su segunda parte la igualdad entre el sacrificio de la cruz y el sacrificio de la Eucaristía, a través de la igualdad de los cuatro fines del sacrificio que deben darse en uno y en otro.

Finis primus gloria est caelesti Patri tribuenda. “El fin primero del sacrificio de la Eucaristía es glorificar al Padre celestial” : Con Cristo, por Cristo y en Cristo hay que dar gloria y alabanza al Señor Dios con todos los santos y ángeles.

Alter finis eo spectat, tu gratiae adhibeantur Deo debitae. “El fin segundo tiende a dar a Dios las gracias debidas” ; la acción de gracias es el sentido de la Eucaristía. El sentimiento de acción de gracias es el sentimiento más noble que puede nacer del corazón del hombre respecto a Dios. La acción de gracias se compone de reconocimiento, admiración, alegría, entusiasmo y humildad. Es el sentimiento más puro y noble. De ahí que el prefacio (romano) de la Eucaristía empiece : Vere dignum et iustum est, aequum et salutare, nos tibi semper et ubique gratias agere, Domini sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus, per Christum Dominum nostrum.

Tertio autem loco, expiationis, placationis reconciliationisque proponitur fiis. Así como el sacrificio de la cruz no sólo aportó la expiación, satisfacción y reconciliación por nuestros pecados, sino también “por los de todo el mundo” (1Jn 2,2), de igual modo también el sacrificio de la Eucaristía se ofrece como sacrificium, tibi acceptabile et toti mundo salutare(Prefacio cuarto). La satisfacción permite al hombre colaborar con la redención. Dios quiere salvar al hombre, pero no de una forma unilateral, sino con su cooperación de acuerdo con la dinámica de la alianza, rota por el pecado. Pero hay todavía un motivo más profundo : la satisfacción nos hace conscientes de que el pecado es una ofensa personal a Dios. Si el pecado es una ofensa personal a Dios, se comprende entonces que la satisfacción tiene una razón de ser, no en el sentido que signifique dar algo a Dios, algo que le falte, sino en el sentido de que, ofendido por el pecado, quiere ser correspondido por el hombre. Esto es algo que revela profundamente el rostro verdadero de Dios. Así pues, la reparación, tanto por parte de Cristo como por parte de nosotros unidos a él, consiste en responder a un amor incorrespondido. Cierto que en este caso Dios ha dado el primer paso, movido por su amor infinito, al permitirnos hacer nuestros los méritos de Cristo. De este modo Dios mismo quiere que el hombre, ayudado por la gracia, contribuya activa y responsablemente a reparar los pecados de los hombres.

Quarto denique loco impetrationis habetur finis. Como Cristo “en los días de su carne (su vida sobre la tierra), ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas a aquel que podía salvarle de la muerte, fue oído en vista de su reverencia” (Hb 5,7), así también se ofrece el sacrificio de la Eucaristía como un sacrificio de plegaria e impetración a favor de los vivos y de los difuntos per Christum Dominum nostrum (AAS 39 [1947] 549s). Por los méritos de Cristo, podemos pedirle a Dios Padre por nuestras necesidades y podemos llamarle Padre. Por la sangre de Cristo tenemos abierto el acceso al Padre (Ef 2,18), de tal modo que podemos dirigirnos a él llamándole Abba (Gal 4,6 ; Rm 8,15). Cristo nos ha dado este derecho, el mayor de todos los que el hombre tiene y por él “nos atrevemos a decir : Padre nuestro…

 

Conclusión

La Iglesia siempre ha defendido el valor del Sacrificio Eucarístico a través de la historia , así como su valor sacrificial que le otorga Cristo como sumo sacerdote, quien realiza su sacerdocio en el cielo, y no en la tierra ; porque murió, resucitó y subió al cielo, para salvación de los hombres. Es esta acción sacerdotal del Resucitado la que se re-presenta a través de la acción visible de la Iglesia, de la celebración eucarística, cuya liturgia simboliza y hace presente la liturgia celestial.

Es en este sacrificio de Jesús en la Cruz, que nos alcanzó la redención y la remisión de nuestros pecados con el Padre, invitando al hombre a que participe en esta labor salvífica para con el mismo hombre, y alcance todas las gracias y dones que nos otorga Cristo con su acción redentora.

Bibliografía

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D. SARTORE – ACHILLE M. TRIACCA., Nuevo Diccionario de Liturgia. Paulinas, Madrid 21989.

Miguel A Ponce