La identidad de la espiritualidad cristiana

La búsqueda de Dios que nos amo primero

La espiritualidad cristiana no puede identificarse por un solo factor o componente ; que sus componentes radicales y esenciales son varios, pero que al mismo tiempo son inseparables, y que están implicados entre sí.

El factor esecial global de la espiritualidad cristiana es que esta es trinitaria. La espiritualidad es una relación personal con Dios Padre, con Jesucristo y con el Espíritu Santo. Esto marca sus características más radicales. La espiritualidad tiene que ver con Dios, y nos relaciona con Dios. Dios mismo es el centro y la única referencia absoluta de la experiencia cristiana. Un Dios que nos amó primero, que por este amor nos creó, nos redimió y liberó de todos los males y servidumbres, y que por la práctica de su amor se reveló y revela a cada pueblo e individuo. Un Dios que por amor nos quiere comunicar su vida, para que seamos realmente sus hijos y participemos de su felicidad, hasta la eternidad.

Si la espiritualidad cristiana es antes que nada una iniciativa y un don de Dios que nos amó y nos busca, la espiritualidad es también nuestro reconocimiento y nuestra respuesta, con todo lo que esto conlleva, a este amor de Dios que nos quiere humanizar y santificar.

La fe es el hilo conductor que os permite buscar y responder a Dios. La fe es la experiencia de nuestra relación con Dios. La fe es la experiencia más original y fundamental de la espiritualidad cristiana. Y hablamos de que la fe es una experiencia porque se trata de la fe en su sentido más pleno ; aquella fe que es inseparable de la esperanza, el amor. La experiencia de la fe es igualmente la de la esperanza y el amor, que son dones (las virtudes teologales que Dios nos da para que la fe sea viva y operante, es decir, para que sea una experiencia espeiritual). Por la fe, a Dios se le encuentra en la medida que se le busca.

Nos hemos dado cuenta que nos es fácil creer. La experiencia del mundo de hoy pone duramente a prueba la fe : la injusticia generalizada de mil manera, la miseria en que vive la mayor parte de la humanidad, la violencia creciente, las crisis sin salida. En un mundo así, no es fácil tener fe, creer en un Dios personal, que dirige la historia con amor. En el fondo nos asusta, y desconcierta el silencio de Dios ; y sin embargo este aparente silencio es el fundamento de nuestra fe.

Debemos preguntarnos seriamente hasta dónde tenemos esa fe ; si realmente Dios es para nosotros una realidad personal y no una idea, si en lo concreto de cada día actuamos, planteamos, decidimos, reaccionamos como si Dios realmente estuviera presente en nuestra vida, si como apóstoles no nos hemos quedado en los medios de acción, en la preparación y organización de las cosas que hacemos para Dios, y nos hemos olvidado de Dios mismo, si buscamos a Dios por sobre todas las cosas. En fin, si hemos elegido a Cristo, si hemos pasado por la elección crucial del creyente, entre el evangelio y el mundo.

En breves palabras : lo que las nuevas generaciones piden hoy a los cristianos es que den cuenta de su vivencia personal de fe.

Todo itinerario espiritual, tal como lo apreciamos sobre todo en los santos, es una maduración en la idea viva de Dios. Es que el Dios de los cristianos se revela progresivamente, en la medida de la fidelidad y crecimiento contemplativo de un creyente (Cf. Lc 10,22). Sólo creer en Dios no hace a un cristiano. Un cristiano es alguien que ha descubierto al Dios bíblico. Al Dios de Abrahán, de Moisés, de los profetas, que se reveló en plenitud en el Dios de Jesús. A través de la historia de la salvación, hay una progresiva revelación del rostro de único y verdadero Dios.

La experiencia de Abrahán, Dios se revela como un Dios histórico, que interviene en la vida de los hombres para comprometerse con ellos y para formar con ellos un pueblo. Este Dios absoluto, fiel a sus promesas pero sediento de la fe y de la confianza de los hombres, se revela a Moisés en una nueva faceta. Tal vez ante su sorpresa, descubrió que su Dios era también un Dios de justicia, un Dios preocupado por el sufrimiento y la opresión de su pueblo, un Dios liberador (Ex 3,7ss). El Dios cristiano es liberador de los oprimidos. Es un Dios esperanza de los pobres. La experiencia de los profetas es la de percibir que este Dios está siempre en peligro de ser reemplazado por los ídolos, siempre nuevos, que se hace el hombre. Idolos religiosos, políticos ; ídolos del corazón y del orgullo humano.

En esta conversión, los profetas nos revelan otro rasgo sorprendente del rostro de Dios en la Biblia : convertirse a él es convertirse al hermano, es practicar la caridad, la justicia y la misericordia (Cf. Is 58,1ss). El Dios cristiano es un Dios que ha de ser encontrado. Que se encuentra en la medida en que se le busca.

En Jesús el Dios cristiano se nos muestra en su definitiva plenitud y pureza (Tt 2,11). En Jesús, Dios toma cualidades humanas : el Dios histórico se hace historia, el Dios de los pobres se hace pobre, el Dios de la justicia es víctima de la injusticia, el Dios de la promesa da su vida para cumplirla, el Dios de la esperanza nos da para siempre seguridad (Jn 1,18). La cruz y el sufrimiento de Cristo significan que el Dios cristiano ama hasta sufrir (que es la prueba del verdadero amor) y que su amor no es el don de un Dios inmutable y distante. Al contrario del Dios de la razón y de la teodicea, y de las imágenes paganizadas o deformadas de Dios, el Dios cristiano se ha hecho vulnerable por amor. Nos ha hecho sus hijos. Ha llegado hasta identificarse con lo más desgraciados de ellos (Mt 25,40).

El seguimiento de Jesucristo

Si Dios se nos ha revelado única y plenamente en Jesucristo (Hb 1,1-3), entonces no hay modo de buscar y encontrar a Dios sino conociendo y siguiendo a Jesucristo. Pues a Jesucristo se le conoce en la medida en que se lo imita y sigue (Jn 14,5-11). Por eso el seguimiento de Cristo es la dimensión más fundamental y original que identifica la espiritualidad cristiana.

El punto de arranque de nuestra espiritualidad cristiana es el encuentro con la humanidad de Jesús. Eso le da a la espiritualidad cristiana todo su realismo. Nuestra espiritualidad tienen que recuperar al Cristo histórico. Esta tiene una tendencia a deshumanizar a Jesucristo, a asegurar su divinidad sin poner de relieve suficientemente su humanidad, con todas sus consecuencias.

Jesús de Nazaret es el único camino que tenemos para conocer a Dios, sus palabras, sus hechos, sus ideales y sus exigencias. Sólo en Jesús histórico conocemos realmente los valores de nuestra vida cristiana. Jesús no es sólo un modelo de vida ; es la raíz de los valores de la vida.

Así todo seguimiento de Jesús comienza por el conocimiento de su humanidad, de los rasgos de su personalidad y de su actuar, que constituyen de suyo las exigencias de nuestra vida cristiana y también humana. Pues Jesús no nos enseña sólo a vivir como cristianos y en comunicón con Dios Padre. También nos enseña a vivir como seres humanos. Jesús no es sólo el sacramento de Dios. Es también el ideal del hombre. Es la raíz del auténtico humanismo. Jesús nos enseña a amar, a trabajar, a sufrir, a entregarnos a un propósito, a tener esperanza, y también a morir, como verdaderos seres humanos.

Cristo conocido y encontrado con fe y amor, es el alma del seguimiento. A Cristo se lo sigue en la medida que profundizamos su conocimiento motivados por la fe, y queremos ser como él, llevados por el amor. Por eso el evangelio es irremplazable. Encontramos en él la cristología como sabiduría y la imagen de Cristo como mensaje inspirador de todo seguimiento. Encontramos una persona susceptible de ser imitada por amor. El valor fundamental de la espiritualidad es hacernos discípulos de Jesús, cristianos.

La vida según el espíritu

La espiritualdad cristiana es trinitaria. No es sólo seguir al Hijo encarnado que nos conduce al Padre. Es igualmente vivir por el Espíritu Santo y ser conducido por el Espíritu. Esto es igualmente esencial en la identidad cristiana.

Desde sus comienzos, la teología católica atribuye al Espíritu Santo todo aquello que es dinamismo y renovación en el cristianismo. La Iglesia nos hace orar y pedir al Espíritu que renueve la faz de la tierra y que recree todas las cosas.

La vida según el Espíritu, con que los cristianos viven en un cierto contexto histórico social las exigencias y tareas de su fe, no es independiente de los dinamismos históricos, sociales y culturales del lugar en que ella se vivie. Jesús resucitado no sólo nos envió su Espíritu. El mismo, en su vida y actividad terrena, encarnó plenamente ese Espíritu, se dejó conducir totalmente por él, hasta manifestarlo en su resurrección.

La humanidad de Jesús es modelo de seguimiento porque realizó radicalmente aquello a que todos estamos llamados a vivir según el Espíritu. Jesús es modelo también de vida espiritual, de espiritualidad cristiana, porque su vida y su acción estuvo guiada y alimentada por el Espíritu Santo.

Vivir según esl Espíritu, en cambio, es vivir según los criterios y las perspectivas de Dios, tal cual han quedado encarnadas para siempre en la vida y enseñanza de Jesús. La vida según el Espíritu nos transmite la mentalidad y las costumbres de Dios. A eso se refiere fundamentalmente la ación y los dones del Espíritu Santo en los discípulos. Paricipar en la mentalidad y en las costumbres de Jesús habitado por el Espíritu, nos da la capacidad de discernir y de actuar evangélicamente. Una buena parte de la espiritualidad consiste en discernir y en llevar a cabo las realizaciones y caminos con que Dios nos llama y se hace presente en nuestra vida.

La espiritualidad cristiana en su plenitud es la síntesis entre el “espíritu de Jesús” y la aceptación de su persona y evangelio. A los que creen en Jesús hay que ayudarlos a vivir según la práctica de Jesús, es decir, a adquirir el espíritu de Jesús. La ortodoxia sin la práctica y las actitudes, es insuficiente e incoherente.

La espiritualidad cristiana ha de ser integralmente liberadora e integralmente humanizante, y la llave de este espíritu y de esta ética integral, es la humanidad de Jesús reconocida y seguida en la Iglesia.

La esencia del encuentro con Dios en el cielo no es algo exterior a la persona ; es la plenitud de la experiencia de Dios que ya se vivía como semilla de luz durante la vida mortal. Si antes de la muerte el cuerpo y la condición humana ofuscaban la claridad del alma habitada por Dios, después de la muerte se produce lo inverso : la claridad del alma se transmmite a la totalidad de la persona, transfigurado el cuerpo y reintegrándolo al alma, en total armonía y para siempre.

El misterio de la gloria del alma ya presente en un cuerpo mortal a la espera de su resurrección, fue anticipado por Cristo en forma decisiva y permanente por su propia resurrección (1Co 15,20).

La guía de la Iglesia, madre y maestra de vida cristiana, yla experiencia de la Iglesia, son también componentes esenciales de la espiritualidad. La Iglesia es la Patria, es el lugar privilegiado donde está y actúa el Espíritu Santo. La Iglesia es el sacramento de Cristo y de su seguimiento, es el lugar más auténtico y primordial del encuentro con el Padre.

La espiritualidad cristiana no es una ideología o una mera actitud ética que pueda nutrirse de cualquier fuente. La fe cristiana y su espiritualidad, como vida según el Espíritu, tiene una fuente de alimentación y experiencia a la que el mismo espíritu de Jesús se ha unido indisoluble y eficazmente. Esta fuente es la Iglesia.

Una espiritualidad sin participación en la vida de la Iglesia, sus sacramentos, sus comunidades y movimientos, su predicación y formación de la fe, etc., termina por extinguirse, o hacerse sectaria y subjetiva. El papel de la Iglesia como guía de espiritualidad es asegurar que nuestra vida según el Espíritu no sea sólo subjetiva, sino que sea objetivamente de acuerdo con el evangelio y la práctica de Jesús. La comunidad de Iglesia en que un cristiano de hecho y ordinariamente participa es el modo muy concreto y local con que la Iglesia hace de guía espiritual.

La Iglesia como lugar de la vida según el Espíritu y como encuentro y seguimiento de Jesús, se hace experiencia vital en la vida de la comunidad. La comunidad canaliza para los creyentes las fuentes primordiales de la espiritualidad : la presencia del espíritu de Cristo entre ellos (Cf. Mt 18,19), la palabra y la sacramentalidad de la Iglesia, y la experiencia del amor fraterno.

La comunidad cristiana es guía también porque nos ayuda a discernir las exigencias del Espíritu en nuestra vida concreta ; ya que la revisión de vida es espontánea y sistemática ; se realiza en las comunidades y entre los cristianos, de hecho, sin conciencia refleja de “revisión de vida”.

La dirección espiritual, cualquiera que sea la modalidad que haya ido tomando en la historia, cualquiera que sea la importancia relativa que tenga con respecto a la comunidad eclesial, entendida como revisión de vida con una persona, es también una de las modalidades significativas con las que la Iglesia nos guía.

Una espiritualidad encarnada

La encarnación de la fe, la esperanza y el amor que nos vienen del espíritu de Cristo es rasgo esencial y original de la identidad cristiana. La búsqueda de Dios, el seguimiento de Jesús y la vivencia del Espíritu han de realizarse en una historia personal y colectiva. La experiencia cristiana de Dios se da al interior de las experiencias humanas ; pues ciertamente el “lugar” privilegiado en que la espiritualidad se encarna y se hace práctica, es en el amor a los hermanos y hermanas, y en el amor preferente por los pobres y sufrientes.

El Dios escondido en el rostro de nuestros hermanos es la experiencia suprema de la encarnación de la espritualidad cristiana.

Bibliografía

GALILEA S., El camino de la espiritualidad, “La identidad de la espritualidad cristiana”  Paulinas, Bogotá, 4 1990, 51-77. 

Miguel A Ponce